La historia de las agresiones norteamericanas a Cuba es amplia, pero entre todas una marcó importantes pautas porque situó al mundo al borde de un holocausto nuclear en 1962: la Crisis de Octubre, de los Misiles, o del Caribe, como también se conoce.
En esa ocasión desató la ira yanqui la decisión soberana de la Isla y de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) de firmar un acuerdo de colaboración militar, denominado Operación Anadir, que permitió desplegar en suelo cubano una agrupación estratégica soviética con decenas de cohetes balísticos nucleares R-12 y R-14, entre otros armamentos.
Documentos desclasificados hace algún tiempo en Estados Unidos demostraron el espíritu de revancha que los animó entonces, ante la derrota infringida por la mayor de las Antillas un año atrás en Playa Girón.
Por tanto la “famosa” Crisis de Octubre fue algo así como la catarsis del imperialismo ante el hecho consumado, que de momento frenó la inminente agresión militar directa contra suelo cubano, porque el número de bajas previsibles para sus tropas significaba un alto costo político difícil de sustentar.
Ya desde la tarde del 22 de octubre, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz había puesto a las Fuerzas Armadas Revolucionarias en Alarma de Combate y orientado la adopción de medidas urgentes para proteger a la población, las tropas y los principales objetivos militares, políticos y económicos de los posibles ataques aéreos enemigos.
Tan solo en esas primeras horas la Isla tenía sobre las armas a más de 269 mil combatientes.
Estados Unidos, con el apoyo de la OEA, respondió con la imposición de un bloqueo militar, y en consecuencia la aviación de exploración táctica estadounidense incrementó la violación sistemática del espacio aéreo.
El 26 de octubre Fidel ordenó que a partir del día siguiente se disparara contra cualquiera de esos aviones que volara a baja altura. Ese mismo día la artillería antiaérea derribó un U-2 y se agudizó la crisis.
Cuba accedió a la petición del máximo líder soviético, Nikita S. Jruschov, de revocar la orden de derribar los aviones para facilitar la negociación emprendida por ellos con el gobierno norteamericano.
A espaldas de la dirección de la Revolución cubana el domingo 28 ambas potencias acordaron la retirada de los cohetes de la Isla a cambio de la garantía yanqui de no invadirla.
De esa manera dieron fin al conflicto, pero Cuba mostró su indignación por el desarrollo de la negociación y el nefasto contenido de sus acuerdos que evidentemente socavaban su soberanía.
“No permitiremos jamás la inspección de nuestro territorio”, dijo Fidel y enarboló los Cinco Puntos que definieron la posición cubana y posibilitaría el establecimiento de la paz sobre bases decorosas:
“Cese del bloqueo económico y de todas las medidas de presión comercial y económica ejercidas por Estados Unidos contra Cuba; de las actividades subversivas, lanzamientos y desembarcos de armas y explosivos por aire y mar, organización de invasiones mercenarias, filtración de espías y saboteadores; y de los ataques piratas.”
Además, exigía el cese de todas las violaciones del espacio aéreo y naval por aviones y navíos de guerra norteamericanos; y la retirada de la Base Naval de Guantánamo y devolución del territorio cubano ocupado por Estados Unidos.
La inmensa mayoría de la población de la Isla apoyó esa posición de principios.
Fueron días difíciles. Sobre Cuba pesaba el peligro de su extinción y, sin embargo, no hubo miedo, nadie claudicó.
Esta vez, como en el Tratado de París de 1898 se excluyó a Cuba de los acuerdos y otra vez, como en Mangos de Baraguá durante la Guerra de los 10 años, la protesta viril del pueblo cubano, ahora encabezado por Fidel, expuso al mundo la decisión de una nación a no permitir mancillar su independencia.
Todavía resuenan aquellas palabras del Che en su despedida a Fidel:
“sentí a tu lado el orgullo de pertenecer a nuestro pueblo en los días luminosos y tristes de la Crisis del Caribe. Pocas veces brilló más alto un estadista que en esos días, me enorgullezco también de haberte seguido sin vacilaciones, identificado con tu manera de pensar y de ver y apreciar los peligros y los principios”.
Fuente: Enrique Valdés Machín, Servicio Especial de la AIN