La calma llegó al helicóptero cuando el piloto estableció comunicación por radio con los cosmonautas acabado de efectuarse el aterrizaje. Están bien, trasladó escuetamente a los periodistas. Los relojes marcan las 9 y 54 minutos de la noche (6 y 54 pm en Moscú y 11.54 am en Cuba).
Una explosión de júbilo estalló dentro del helicóptero. Soviéticos y cubanos nos abrazamos y tronaron gritos de Viva la Unión Soviética y Viva Cuba. Luego nos enteramos que escenas similares hubo en el resto de los helicópteros, cuyos pilotos esperaban instrucciones para dirigirse al lugar del aterrizaje, a solo seis kilómetros de distancia del lugar en que nos encontrábamos .
A partir de ese instante transcurrieron los minutos más largos de nuestras vidas. Los motores de los helicópteros permanecían encendidos, pero sin levantar vuelo. Comprendíamos perfectamente que la operación de salvamento tiene pasos que son inviolables, y que los cosmonautas deben cumplir antes de abandonar la cápsula en que retornaron a la Tierra.
Pero al fin los pilotos recibieron las instrucciones de volar hacia el sitio del aterrizaje. Pasaron pocos minutos y descendimos en una estepa iluminada por los reflectores de la televisión y el cine. Ya Eddy Martin tomaba declaraciones a Tamayo. Como previmos, el helicóptero en que viajaba la televisión nos tomó la delantera.
Ambos cosmonautas habían sido sentados en unas sillas plegables, bien cerca del módulo en que hicieron el descenso. Se veían alegres y respondían sin titubeo a las preguntas de los periodistas.
Romanenko habló sobre el aterrizaje. “El módulo de descenso aterrizó por la parte cubana, Después se abrió el módulo y nos sacaron. Nos sentimos orgullosos y felices de regresar a la tierra, Es algo muy grande”.
Del aterrizaje, Tamayo, en una entrevista con Granma, el pasado viernes, contó: “Lo único que entra a la atmósfera es el módulo de descenso, lo que hay expuesto en el museo provincial de Guantánamo. Eso tiene una coraza de una fibra sintética que resiste mucho calor y afuera se producen hasta 2 000 grados de temperatura; el módulo se pone incandescente y en la medida en que va perdiendo velocidad esa temperatura se va reduciendo. En el interior la temperatura puede llegar hasta 50 grados, pero estábamos preparados para eso”.
Tamayo confiesa en esa entrevista que en los primeros días del vuelo tuvo náuseas, vómitos, mareos e insomnio, inapetencia y dolor en las articulaciones debido a que el estado de ingravidez es hostil al organismo humano. Al tercer día comencé a mejorar hasta que recuperé casi el 100 % mis posibilidades físicas. Para él, el aterrizaje fue más tenso que el propio despegue, porque es una “bolita” que viene indefensa para abajo, por un cálculo balístico que se prevé de antemano, y ahí cualquier error es funesto, no hay oportunidad para equivocarse”.
Volviendo a lo que ocurrió en la estepa kazaja, no quiero dejar de mencionar el momento en que los periodistas cubanos cantaron por iniciativa del camarógrafo Raú Booz el himno del 26 de Julio. Mucho después, al volver a Moscú, en la Ciudad Estelar, Tamayo contó: “fue muy grato cuando el grupo de rescate nos sacó del interior del módulo de descenso y nos encontramos con un colectivo de cubanos que nos animó y nos hizo sentir más reconfortados. Nosotros no esperábamos ese encuentro con los compañeros cubanos y , sobre todo, el canto de nuestro glorioso Himno del 26 de julio”.
Justo eran los periodistas cubanos que estábamos en Baikonur los que entonamos las notas de ese himno. No recordamos que hubieran otros nacionales en esa estepa.