Todo comenzó cuando el Fiat negro llegó a la puerta del Congreso de los Estados Unidos y Francisco se perdió tras el umbral del Capitolio. Al verlo, tengo la impresión de que no entra al edificio imponente que es –desde hace meses con la cúpula cubierta por unas prótesis de metal-, sino a una caverna, a una cripta resguardada por pesadas paredes de piedra.
La cámara lo sigue cuando traspasa el umbral y el Papa argentino hace historia como el primer pontífice católico que viene al Congreso de Estados Unidos. Es comprensible que algunos legisladores estén muy emocionados por ello y en primer lugar, el Speaker del legislativo estadounidense, John A. Boehner, quien cursó la invitación a su Santidad para que visitara este sitio. Boehner es católico practicante y lloró abiertamente mientras recibía a Francisco y luego, cuando el Papa terminó su discurso y se asomó al balcón de la terraza oeste para ofrecer unas breves declaraciones a las decenas de miles de personas, la mayoría inmigrantes, que se reunieron frente al Capitolio. Otro católico prominente, el vicepresidente Joseph R. Biden Jr., estuvo de pie estoicamente todo el tiempo en que el Obispo de Roma ofreció su discurso.
Eso es lo que se ve, pero hay una historia soterrada en este escenario o al menos pasa a un segundo plano, sepultada por los miles de titulares que despacha el discurso y las poderosas imágenes del Papa yendo y viniendo por Washington, y luego Nueva York, con transporte en helicóptero incluido. La visita al Capitolio está precedida por una batalla interna bastante sui géneris para facilitar la visita del pontífice y ahorrarle situaciones incómodas a quien suele hablar claro sobre los problemas del mundo –el drama de los inmigrantes y refugiados, la depredación del planeta, la tenencia de armas, la pena de muerte, el culto al dinero y otros asuntos que en un lugar como este, con un altísimo por ciento de conservadurismo por metro cuadro, es como mentar la soga en la casa del ahorcado. El Congreso de los Estados Unidos, como sabemos muy bien los cubanos, es célebre por aprobar bombardeos o imponer medidas que están en las antípodas de la prédica de Francisco, como el bloqueo contra Cuba.
La comidilla entre los periodistas que reportamos esta visita es que, para asegurarse de que nadie en la Cámara o el Senado se expresara de forma belicosa o demasiado efusiva, el líder de los demócratas y el de los republicanos enviaron a sus miembros una carta, en la que se advertía firmemente que no podían tocar al Papa. “Por respeto a la agenda del Papa y la expectativa de una conducta oportuna, respetuosamente solicitamos que nos ayude absteniéndose de apretones de manos y de darle conversación a lo largo del pasillo central”, dice el mensaje que llegó a cada congresista, firmado por su respectivo líder: el de la mayoría del Senado, Mitch McConnell (Republicano), el de la minoría del Senado, Harry Reid (Demócrata), el presidente de la Cámara, John Boehner (R), y la líder de la minoría Nancy Pelosi (D).
“Aunque la carta que distribuyeron desalienta a miembros del Congreso para que no intenten ninguna payasada con el Papa, los líderes del Congreso aparentemente están preocupados por el comportamiento de los legisladores”, afirmó CBS News en la víspera del discurso del Papa. La cadena noticiosa también develó que los líderes de ambos partidos, provisoriamente, reclutaron a sus miembros mejor portados para sentarlos en los asientos del pasillo por donde hizo su entrada Francisco.
En otras palabras, este día también se recordará como histórico porque el Congreso operó con unas reglas diferentes a las habituales. Intercalaron a los congresistas de ambos partidos para evitar que se noten los aplausos divididos entre republicanos y demócratas. También, le leyeron la cartilla especialmente a algunos congresistas, entre ellos a Ileana Ros-Lehtinen de Florida, para que se ahorraran cualquier escándalo. La información es confiable, me confirman. La fuente es el analista David Hawkings, autor de un blog especializado en temas del Congreso. Él asegura que estuvieron prohibidos los selfies y los flash de las cámaras. Los aplausos estuvieron bienvenidos y de hecho fueron, si no un récord, al menos un magnífico average: hubo 37 ovaciones, de ellas 8 con los congresistas de pie.
Como el horno no estaba para galleticas, los candidatos presidenciales republicanos de ascendencia cubana que no han ocultado sus críticas al Papa –como Marco Rubio y Ted Cruz-, se llamaron a capítulo y cuando fueron alcanzados por las cámaras, expresaron satisfacción por el discurso del Papa. No dijeron nada sobre la alusión indirecta en el discurso al tema del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, que el pontífice elogió con palabras meditadas y justas, un elogio destinado más al Presidente Obama que al Congreso estadounidense. Valdría la pena recordarlas:
En tal perspectiva de diálogo, deseo reconocer los esfuerzos que se han realizado en los últimos meses y que ayudan a superar las históricas diferencias ligadas a dolorosos episodios del pasado. Es mi deber construir puentes y ayudar lo más posible a que todos los hombres y mujeres puedan hacerlo. Cuando países que han estado en conflicto retoman el camino del diálogo, que podría haber estado interrumpido por motivos legítimos, se abren nuevos horizontes para todos. Esto ha requerido y requiere coraje, audacia, lo cual no significa falta de responsabilidad.
Si Marco Rubio y Ted Cruz hubieran soltado sus habituales andanadas de odio contra el gobierno cubano, no solo habrían roto las normas de buena conducta, sino que les habría descontado una buena porción de votos de sus futuros electores encantados con Francisco. Él no solo fascinó a la mayoría de los congresistas, sino a los estadounidenses “de la periferia”, fundamentalmente a los inmigrantes que son millones en este país -de ellos 11 millones indocumentados-, que sienten que el Papa Francisco ha oxigenado a la Iglesia. El oxígeno en gran parte se debe a la coherencia del Papa Francisco, que hace lo que dice y tiene el valor de no cambiar su discurso para alegrar las orejas conservadoras, por muy poderosas y congresionales que sean.
De modo que cuando traspasó la puerta de piedra del Capitolio, Francisco se adentró en un ambiente educado por un enérgico llamado a la disciplina, que evitaba a toda costa la posibilidad de una mala prensa frente al líder espiritual más célebre del planeta. La buena noticia fue la sincera admiración que demostraron muchos congresistas después de la intervención del monarca de la Iglesia Católica. La mala, el cinismo expresado por algunos otros, una vez concluida la ceremonia.
Rebecca Leber, redactora del diario conservador The New Republic, no demoró en demostrar su escepticismo: el llamado de Francisco para la acción sobre el cambio climático no es probable que conduzca a un cambio en la política de los Estados Unidos o de otros lugares. “No hay duda de que el líder religioso de 1,2 mil millones de personas es tan potente como un portavoz del movimiento climático podría esperar. Sin embargo, en la vida real el ‘Efecto Francisco’ – como los medios lo han llamado – apenas coincide con la realidad. Hay poca evidencia de que su mensaje está llegando a todo el que no cree que el cambio climático es un problema. Cuando se trata del clima, al parecer, el partidismo y la ideología son fuerzas más potentes que la fe”.
Mateo Schmitz, el editor adjunto de First Things, una revista religiosa publicada por el Institute for Religion, Culture, and Public Life, predice que “la historia de amor de los medios con Francisco, al igual que con Juan Pablo II, llegará a su fin”. La razón, a su juicio, es en parte porque Francisco tiene “una predilección por determinados grupos perturbadores”. Pero el que le puso la tapa al pomo fue el Senador Sheldon Whitehouse, demócrata por Rhode Island, que no había salido aún del Capitolio cuando declaró que sus colegas republicanos escucharían más al Papa si este tuviera un Super-Pac (un grupo que les regale millones de dólares para ejecutar las políticas).
Esto no debe sorprender a Francisco. Es más, sospecho que lo esperaba, porque salió por la puerta del edificio del Congreso, abordó su Fiat 500L –que parece de juguete junto a los carros blindados del Servicio Secreto- y salió a toda velocidad hacia el Centro Caritativo de la Parroquia de St. Patrick, para almorzar con más de 200 personas que viven en las calles de Washington. Allí estaba en su ambiente. Lo vimos llegar hasta una enorme carpa blanca y convertirse en el centro de una escena que parecía la recepción para una boda: mesas redondas vestidas con manteles azules, sobre las que había un centro de mesa con flores amarillas y blancas, servilletas, platos de cristal y cubiertos en toda regla. El menú sobrio y apetitoso. Los invitados, hombres y mujeres que viven en refugios sostenidos por la Iglesia: alcohólicos, drogadictos o ex drogadisctos, enfermos mentales, víctimas de la violencia doméstica…
The New York Times conversó con uno de ellos, de apellido Grey, que dijo estar en un refugio porque estaba ahorrando para alquilar un hogar. No habló mucho más acerca de por qué no tiene casa. El hombre, en realidad, quería hacerle una pregunta al periodista: “¿Francisco vino hasta aquí para ver a los homeless? Eso es muy extraño, un monarca que viene a ver a las personas sin hogar.” Cuando el Times le preguntó qué pensaba sobre el significado de ese gesto, el señor pensó por un momento y luego dijo: “Esto significa que me está perdonando, al igual que Dios.”
Dos nombres extraños
Una colega me llama la atención sobre algo curioso: Bergoglio menciona en el Congreso a cuatro figuras de los Estados Unidos, pero solo se detalla la biografía de dos de ellas en los documentos que reparte el Vaticano antes del discurso en el Capitolio. “Los cuatro fantásticos”, como los llama el vaticanista John Allen Jr, son el presidente Abraham Lincoln; el líder de los derechos civiles Martin Luther King Jr.; el monje trapense y escritor Thomas Merton, y la activista social Dorothy Day. Es como si dijeran que los dos primeros son harto conocidos y lo otros, puestos en un mismo altar por el Papa, son unos perfectos desconocidos para muchos, empezando por los legisladores estadounidenses.
Quienes conocen sus biografía aceptarán como cosa extraordinaria la intrépida mención de Day y Merton en ese discurso del Papa en particular y en el contexto en que fue dicho. No son dos figuras cualquiera. Ella fue una laica benedictina consagrada a la defensa de los pobres, que además se divorció, admitió haber abortado, escribió en la revista The Masses –célebre publicación de la izquierda estadounidense donde colaboró John Reed y otros grandes del periodismo, sus compañeros de militancia política- y además, visitó a Cuba y simpatizó tempranamente con Fidel Castro y la Revolución. Es conocida como La Radical Piadosa.
Por su parte, Merton se opuso a la guerra de Estados Unidos en Vietnam, a la violencia de cualquier signo, a las armas nucleares. Tenía la misma predilección, que Francisco, por las “criaturas de la periferia”. Y un dato adicional: fue mentor de Ernesto Cardenal y de Cintio Vitier*.
Tengo la certeza de que si le hubiera alcanzado la vida para ver a Francisco en el Congreso recordándole a los congresistas estadounidenses quién fue Thomas Merton, Cintio habría sido el hombre más feliz de la Tierra. A él le escuché muchas veces hablar del monje con devoción y dolerse de su muerte, acontecida en circunstancias absurdas –se electrocutó con un ventilador. He buscado en la memoria digital y encontré una carta que le escribiera al autor de Ese sol del mundo moral, y que es muy probable que el Papa no conozca. Con esto cierro por hoy:
Es raro –le dice Merton a Cintio, en carta del 7 de diciembre 1962-, pero tengo muchos amigos latinoamericanos, porque sólo así puede uno ser ‘americano’ de veras: es decir renunciando a ser únicamente ‘estadounidense’, lo que sería un destino miserable. Pues de eso vienen tantos problemas: del hecho de que tanta gente aquí sea provincial e ignorante, y no pueda entender lo que pasa allá (en Cuba).
Este viernes Cintio, que murió en el 2009, habría cumplido 94 años. Vaya regalo.
* Rosa Miriam Elizalde, enviada especial con la Prensa Vaticana
Publicado en www.cubadebate.cu