Por Ángela Oramas Camero
En un conversatorio, organizado por el Instituto de Historia de Cuba este lunes 16 de julio, en el Centro Cultural Dulce María Loynaz, de La Habana, el asaltante del Moncada, Pedro Trigo, ofreció testimonios del acontecimiento, ante la presencia de historiadores, investigadores, periodistas especializados, combatientes y amigos, además de su esposa Mirta López, quien siempre lo acompaña.
Pedro apenas tenía 24 años de edad, cuando liderados por el joven abogado Fidel Castro participó en el asalto al segundo cuartel más importante de la dictadura de Fulgencio Batista, el Moncada, en julio de 1953. El joven procedía de las filas de la Ortodoxia, como Fidel y Abel. “Por aquellos años – recordó- ya había muerto Eduardo Chibás, ese gran maestro de patriotismo que nos impulsó a seguir defendiendo a Cuba de los males que la aquejaban.
“Yo conocí a Fidel en una reunión del partido Ortodoxo en Santiago de las Vegas, en la casa de la Dra. María Purificación García Cabello (Fina). Era 1951 y me encontraba en el uso de la palabra cuando lo vi llegar, vestido con una guayabera. Me llamó la atención la manera tan concentrada con que me escuchaba hablar sobre cinco fincas que el entonces presidente Carlos Prío Socarrás había adquirido de forma oscura, así como del desalojo de campesinos en las inmediaciones del reparto El Globo de Calabazar.
“Al terminar mi intervención, lo tuve delante con su mirada inteligente y profunda. Se presentó: ‘me llamo Fidel Castro, soy abogado, y si todo lo que has dicho hoy es verdad ¿Qué te parece denunciar a Prío?’
“Me pidió más información y le dije que Prío había sustituido el trabajo de los campesinos por el de sus soldados en condición de jornaleros. A cada uno le pagaba dos pesos por cada diez horas de trabajo. Inmediatamente me alertó: ‘tenemos que entrevistar a los campesinos desalojados, que son los mejores testigos para yo hacer la denuncia’.
“Al día siguiente, a las ocho de la mañana Fidel se presentó en mi casa de Calabazar (pueblo a 12 kilómetros de la capital), acompañado por Juan Martínez Tinguao, con el fin de acometer de inmediato la investigación de las fincas Gordillo, Lage, Potrerillo de Menocal, Pancho Simón y Paso Seco, nombrada la última El Rocío por Prío. El conjunto abarcaba 54 caballerías (hoy en 48 de ellas se extiende el Parque Lenin, la Escuela Vocacional Lenin y el Jardín Botánico).
“Poco después se nos unieron José Luis Tasende y Gildo Fleitas, quienes al igual que mi hermano Julito y otros compañeros más morirían en el asalto al Moncada.
“Fidel nos dijo que lo primero era reunirnos con los campesinos y fotografiar las fincas. Nos fuimos para la casa de la gallega Josefa Yañez (de afiliación ortodoxa), ubicada en El Globo, y en esta casa, ante el grupo de campesinos, Fidel habló por primera vez de una reforma agraria si triunfaba la Revolución. También, que acabaría con el latifundio y la explotación de los guajiros mediante la entrega de la propiedad de la tierra. Y explicó sobre la lucha que comenzaba a emprender.
“Al triunfo de la Revolución colocamos una placa en la casa de Josefa, pero tras la muerte de ella alguien la botó y muchas veces hemos pedido poner otra donde se diga que fue en este lugar donde Fidel por vez primera habló de la Reforma Agraria, pero nuestro reclamo no ha sido escuchado.
“Con todas las pruebas en las manos, el 3 de marzo de 1952, Fidel hace la denuncia del caso referido. La publicó en el periódico Alerta. Días después, Batista da el golpe militar y la reacción de nosotros, como la del pueblo, fue de indignación. Una semana más tarde, Fidel habló de la urgente fundación de un movimiento revolucionario opuesto a la dictadura y dijo que para liberar al país no quedaba otra alternativa que la lucha armada.
“Él me orientó que creara una célula revolucionaria en Calabazar, con el requisito de que fueran personas honestas y dispuestas a tomar las armas para hacer triunfar la Revolución. Un familiar mío, Florentino, se encargó de buscar los uniformes del ejército para la lucha armada.
“Precisamente por aquellos días conocí a Abel, un extraordinario revolucionario de gran sensibilidad, firmeza y optimismo, como yo, hijo de padres gallegos, de Orense, Galicia. Quizás, en parte por eso, mi madre, también gallega, Panchita, lo admiró y quiso tanto. En ocasiones Abel y Fidel se quedaban a comer y dormir en mi casa de Calabazar. Una de las primeras preguntas que Abel hizo al grupo de la recién creada célula fue cuántos de nosotros habíamos leído a Martí, porque el Apóstol era nuestro guía por la independencia.
“Una tarde, en pleno preparativo de la hora cero, Fidel y yo fuimos en un Chevrolet que él manejaba a casa de Pedro Marrero, en la Ceiba, Marianao. Cuando entramos vimos que faltaban el juego de sala, el de comedor, y en el suelo había un colchón, por lo que imaginamos que en el cuarto tampoco había muebles. Y Fidel exclama ¡pero qué tú has hecho con todas esas cosas! ¿te volviste loco vendiendo todo? Entonces Pedro le dijo: Y mañana vendo el refrigerador. Fidel lo interrumpe: ‘te prohíbo que sigas vendiendo cosas de tu hogar, ya es suficiente con que hayas empeñado tu plaza de camionero en la venta de cerveza en la Tropical’.
“Pedro Marrero muy serio y firme, le respondió: Si estoy en la disposición de dar mi vida por nuestros ideales ¡qué me puede importar mis bienes materiales! Pedro fue asesinado cuando el asalto al Moncada.”
“Yo supe lo que quería decir ‘la hora cero’ en Santiago de Cuba. Sólo lo conocían Fidel y Abel. Era la fecha de los asaltos a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes. Me lo informó Fidel a la una y 15 minutos del 26 de julio. En la Granjita Siboney se hallaban Melba y Haydee planchando y entregando los uniformes a los combatientes, mientras otro compañero sacaba las armas de un escaparate con doble fondo.
“Fidel me dijo: nos vamos a dar un recorrido por los carnavales para ver el ambiente reinante. Y salimos rumbo a la Plaza de Armas. Le ordenó a Abel que recogiera en El esperón al Dr. Mario Muñoz. Yo me entero que junto con otros compañeros debíamos tomar la Cadena Oriental de Radio, desde donde se trasmitiría la intervención del poeta Raúl Gómez García al pueblo santiaguero de la acción del Moncada.
“El regreso a la Granjita Siboney, lo hice con Abel, segundo jefe de la acción del Moncada, quien me aseguró que la acción estaba correctamente organizada. Por mi cabeza no pasó que horas después Abel y mi hermano Julio estarían muertos, tras horrendas torturas. Abel me había dicho, si caemos, de todas maneras habríamos salvado la vigencia de Martí en el centenario de su natalicio.
“Abel le había dado la orden, el día antes, a mi hermano de que regresara a La Habana porque estaba con hemoptisis, pero Julito no lo obedeció y se le apareció en el Hospital Civil Saturnino Lora. Desde allí ambos disparaban hacia el Moncada, el último en disparar fue Julio porque todavía le quedaba una bala en su rifle.
“¿Por qué muchos combatientes llegaron tarde al Moncada? Porque choferes, también combatientes, no conocían las calles de Santiago de Cuba y perdieron el rumbo hacia el Moncada. En uno de esos autos andaba yo. Solo llegamos ocho al cuartel, y ya Fidel había dado la orden de retirada.
“No podíamos continuar juntos y con los uniformes puestos: nos quitamos esa ropa y debajo llevábamos la civil. Nos separamos y yo me monté en una guagua que iba para La Habana; el chofer me mandó a peinarme y arreglarme la guayabera… ya veremos cómo salimos de aquí. Cuando llego a Calabazar, me estaban esperando agentes del SIM (Servicio Militar de Inteligencia), y cómo no pudieron comprobar mi participación en el Moncada me soltaron, con la recomendación de que no podía salir de mi pueblo.
“La dolorosa noticia del asesinato de Julio, yo mismo tuve que dársela a mi madre y ella muy firme me dice: sé que a Julito lo asesinaron y tú prepárate que viene lo más duro… Cuando Melba y Haydee salen de la cárcel, nos unimos los tres para continuar colaborando con el Movimiento 26 de Julio, nombre que en el Presidio Modelo en Isla de Pinos, hoy de la Juventud, Fidel le dio a nuestra lucha liberadora.
“A Raulito, como le decíamos Melba y yo por verlo tan jovencito arriesgando su vida, lo conocí tras su salida el Presidio Modelo, en el apartamento de su hermana Lidia, a donde fui por encargo de Fidel a recoger un artículo mecanografiado. De pronto, Lidia nos dice: tenemos el edificio rodeado de guardias de Batista. Me guardo debajo de la camiseta el artículo y bajo despacio las escaleras. Me encuentro en la calle con el coronel Martín Pérez, que me pregunta: ¿tú vives aquí? Sereno, le respondo que sí. Entonces él me dice: Siga su camino que vamos a registrar ahora mismo apartamento por apartamento. Llego a la revista Bohemia, donde me esperaba Fidel, le entrego el artículo que tenía su firma y el título: Miente Chaviano. Me cargó en peso de la alegría y se publicó su escrito”.
Más de tres horas habían trascurrido desde que Pedro Trigo había iniciado su conversación y el diálogo con el público, que le insistía en que relatara más anécdotas sobre la acción del Moncada. Pero, para sus 90 años la jornada había sido bastante intensa. Los organizadores de la charla, sin embargo, entre ellos los doctores Elvis Rodríguez y Servando Valdés, del Instituto de Historia de Cuba, prometieron volver con otro encuentro histórico. Y Pedro puso punto final a su intervención con esta afirmación: “Si fuera necesario, volvería otra vez al Moncada”.