En menos de veinte años, tres Papas han visitado Cuba. Algo realmente
sorprendente, si se tiene en cuenta que este archipiélago es un país
geográfica y demográficamente pequeño, y tiene un número de católicos
relativamente reducido en comparación con otras naciones de América
Latina.
Tras cuatro siglos de colonialismo durante los cuales la religión
oficial, con total exclusividad, era el catolicismo, surgió en Cuba
una república “independiente” bajo la protección y control de los
Estados Unidos, en la que la sociedad cubana, de hecho, conservó ese
signo confesional durante la primera mitad del Siglo XX.
Pese a que las Constituciones de 1902 y 1940 estipulaban la separación
entre el Estado y la iglesia, en sus textos se identificaba la moral
cristiana como normativa ética de lo social, en detrimento de
cualquiera otra moralidad no cristiana, desconociendo la diversidad
cultural, moral y religiosa que exigía una comunidad tan plural en
términos de etnias, cultos y tradiciones.
El proceso de formación de la nacionalidad, la lucha por la
independencia de España y las sucesivas etapas de construcción de un
proyecto nacional independiente como el socialista actual, se han
caracterizado por una orientación secular, hasta cierto punto
anticlerical. Esto no significa que lo religioso haya estado ausente
de las motivaciones de los patriotas, sino que los objetivos se han
formulado siempre sobre bases laicas.
La primera vez que en Cuba se proclamó la separación entre el Estado y
la Iglesia como principio constitucional fue durante la República en
armas, cuando se luchaba contra el régimen colonial, español…y
católico.
Las relaciones entre la iglesia católica y el gobierno de la
revolución que tras cruenta lucha contra la dictadura de Fulgencio
Batista asumió el poder en 1959, han pasado por duras pruebas y tensos
momentos.
Las transformaciones sociales generadas por la revolución y el
desarrollo de su proyecto independentista y socialista, tuvieron gran
impacto en el proceso de desacralización de la naturaleza. Por su
carácter renovador de tradiciones, costumbres y de la cultura en
general, la revolución tuvo un efecto secularizador de la sociedad.
Las acciones legislativas y prácticas de la revolución, como la ley de
nacionalización de la enseñanza, limitaron el espacio social de la
religión católica en Cuba, y lo ampliaron para otras -como las
espiritistas, las asociadas a religiones de tipo africano y las
pentecostales- que lograron acceso a espacios públicos a los que antes
habían tenido muy pocas posibilidades de llegar por las condiciones de
monopolio cristiano y católico.
Basta recordar que, antes de 1959, el Código penal cubano registraba
como agravante de delito el practicar “brujería”, término con el que
la cultura cristiana predominante identificaba a las religiones
originadas en África, muy extendidas en Cuba, sobre todo en los
sectores más empobrecidos.
En 1991 el IV Congreso el Partido Comunista de Cuba, rectificó errores
sectarios cometidos al calor de los enfrentamientos iniciales y
modificó sus estatutos declarándose una organización laica y no atea,
al tiempo que eliminó las trabas al ingreso en esa formación política de personas con creencias
religiosas .
Como resultado de todo ello, en medio de una situación de aparente
contracción del espacio social de la religión, la revolución cubana
creó condiciones legales y sociales básicas para un verdadero
pluralismo religioso, sin distinción confesional ni institucional, y
para algo que nunca antes había existido en el país y de lo que
escasas naciones se pueden vanagloriar: una libertad religiosa real.
Hay que reconocer que el Vaticano ha promovido una política muy
constructiva de relaciones con Cuba, luego de algunos episodios
iniciales promovidos por la fuerte influencia del papa Pio XII y las
ideas fascistas de clérigos españoles insertados en la jerarquía
católica cubana.
Pero la positiva práctica actual no comenzó a resultas de la visita de
Juan Pablo II en 1998, como se ha escrito algunas veces, sino después
del Segundo Concilio del Vaticano (1962-1965), y en ello es justo
reconocer que fue esencial el papel del entonces recién designado
Nuncio Apostólico en La Habana, monseñor Cesare Zacchi, hoy
considerado “arquitecto de la pacificación entre la iglesia y el
Estado en Cuba”.
El magno recibimiento popular y oficial tributado a Francisco en La
Habana parece confirmar pronósticos de que Latinoamérica y los pueblos
humildes de todo el mundo podrán contar con el apoyo moral y ético de
este carismático guía del catolicismo mundial dispuesto a limpiar y
renovar a fondo la imagen de su iglesia acercándola a los pobres.
Ahora que las élites estadounidenses quieren hacer retroceder la
historia en los países latinoamericanos que están en proceso de
liberarse de la tutela del norte, este respaldo pudiera ser de mucha
trascendencia.
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